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  • Foto del escritorGabriel Zaldívar

La falacia detrás del contrapeso

El término “contrapeso” está enquistado en las líneas discursivas de algunos políticos y sus reproductores mediáticos. La escuchamos en las mesas de debate, la vemos escrita en miles de tuits y artículos periodísticos, y todas y todos recurren a los “contrapesos” como defensa de instituciones y personas cuya efectividad está en entredicho.


Para “contrapeso” la Real Academia de la Lengua Española (RAE) signa que es un peso que se pone en la parte contraria de otro para que queden en equilibrio… cosa que se considera y estima suficiente para equilibrar o moderar a otra que prepondera y excede. El término es mayormente usado en ingeniería, con referencia a la ley de la palanca, pero también lo encontramos como nombre de asociación civil dedicada a la salud nutrimental.


Su uso en lo político apunta a un compartir el poder. Esto es relevante.

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A partir de su forma de uso en el lenguaje de algunos actores sociales, políticos y mediáticos, ellas y ellos apelan al “contrapeso” demandando el acceso al poder que antes tenían y del que hoy carecen. Por ello, es una palabra altamente usada por políticos de oposición al grupo en el poder y reproducida por analistas y opinólogos afines a éstos.


Apuntan los garantes del “contrapeso”, luego de quedar fuera de la toma de decisiones y presupuestos que acompañan dichas decisiones, que existe una asimetría en el poder, razón por la cual se dan a la tarea de defender instituciones y personas que, según sus argumentos, garantizan los contrapesos. Los casos más emblemáticos están en el Instituto Nacional Electoral (INE), el de Transparencia (INAI), la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), la presidenta de la SCJN, entre otros.


El ejercicio del poder, más allá del momento presente y de lo político, ¿se da en algún momento de forma equilibrada? Este grupo, de fácil identificación por cualquier interesado en los temas de la agenda nacional, insiste y se autonombra como el único conjunto de actores capaces de defender los contrapesos al poder político.


Esta premisa discursiva, discriminatoria, deja fuera de su espectro a decenas de personas, grupos de la sociedad civil y a centenares de medios de información, periodistas y otros actores que no son controlados por los grupos de interés que más usan el vocablo “contrapeso”.

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Desde la forma que usan el concepto “contrapeso” nos comparten su perspectiva: una mirada parcial en la que los actores que hacen efectivo contrapeso, esos alejados de los medios corporativos y sus comentadores y de los grupos de poder económico, no existen en su mapa de análisis de la realidad social.


Los fanáticos del “contrapeso” debieran salir a la calle y escuchar contentos y descontentos de personas organizadas que ejercen acciones que apuntan al equilibrio del poder, ganan espacios, negocian y presionan sin vociferadores mediáticos de sus intereses.


El contrapeso es una obsesión de los partidarios de la democracia liberal. Usted los puede identificar porque perdieron los espacios de poder desde los que incidían en la política pública, accedían a presupuestos para múltiples actividades –lícitas e ilícitas- y obtenían deferencias hacia sus carteras, prestigios y/o proyectos.

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