Imaginar es una facultad propia de la raza humana. Es la capacidad de crear, a partir de información que anida en la mente, soluciones disruptivas a situaciones de la vida cotidiana. Es un acto revolucionario.
Imaginar es nuestra habilidad para relacionar una serie de datos que nos permitan construir escenarios de respuesta aplicables a eso que nos inquieta. Está lejos de ser un tutorial y menos aún una fórmula replicable en toda situación.
La imaginación anida fuera de la lógica. Es leer creativamente la realidad, comprenderla desde ángulos novedosos y responder a ésta de manera original. Es creer y construir una forma particular de abordar los sucesos. Dista de ser una tarea sencilla. Es una actividad todavía humana.
Imaginar demanda un entorno único para cada uno que quiera practicarla, un exterior con condiciones determinadas por el usuario. En lo interno, el acto de imaginar solicita reflexividad, contemplación, creación y puesta en marcha de eso que se imaginó, conscientes de que puede o no dar resultados y sensibles a la aparición de más y más avenidas creadoras.
Hoy sobran hechos y circunstancias que matan a la imaginación, el modelo de sociedad que vivimos es el asesino. Un elemento que abona a la muerte de la imaginación es el ecosistema de redes sociales e inteligencia artificial.
Las redes sociales y la inteligencia artificial tienen matices. Ofrecen bondades indiscutibles y obscuros que no debemos pasar por alto. En el largo plazo, son mayores sus efectos negativos sobre la imaginación y estos efectos opacarán sus aportaciones de mediano plazo.
Las redes sociales pusieron imagen/texto/emoji/video/infografía a todo, digitalizaron cosas, pensamientos y sentimientos, al menos eso nos hacen creer. En el mundo de estos artefactos y de quienes los habitan yace la creencia de que todo ha sido dicho, pensado, inventado. En la conversación tradicional la respuesta es digital: está en la cuenta de Instagram de… en el Tik Tok de… hay una aplicación con… el tutorial está en…, nada quieren imaginar que ocurra distinto.
La estructura mental sustituyó la respuesta antigua de: “imagino que puede ser…”, por una pantalla/red que dice cómo es. Receptáculos de una fórmula que acaba siendo igual para todo y para todos. No hay necesidad de imaginar nada porque creen que ya existe todo en internet. Como el mundo está dado la imaginación no es necesaria.
El nuevo punto climático de esta historia son las herramientas de Inteligencia Artificial que, entre otros, sustituirán varios procesos de la imaginación para detonarla desde códigos digitales que la anularán como una herramienta que alguna vez sirvió para algo. La adopción “a ciegas” de las herramientas digitales es otra característica de la sociedad mediocre que vivimos, carente de imaginación (Denault, A. Mediocracia, 2019) (Ingenieros, J. El hombre mediocre, 2020).
Contrario al sobrevendido discurso de la disrupción e innovación, la sociedad y sus instituciones rechazan la imaginación dando cobijo a lo hecho por las tecnologías, a los comportamientos y las estrategias comunes, a las ideas comunes, a lo que no se sale de la norma o finge salirse para reproducir lo mismo. Apuntan a la muerte de la imaginación.
La imaginación al poder (Mayo francés, 1968).
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