En ocasión del Acuerdo promulgado por el Poder Ejecutivo de la Federación para considerar información de seguridad nacional lo relativo a la participación del Ejército Mexicano en las obras del Tren Maya y el Aeropuerto Felipe Ángeles, una académica y comentarista de las estructuras corporativas de medios, Denise Dresser, calificó la acción como golpe de estado, militarización y desdemocratización. Sobre la tercera etiqueta aportamos algunas ideas para reflexionar.
El término desdemocratización fue acuñado por el sociólogo Charles Tilly y apunta a la muerte de valores asociados a la democracia. ¡Cuidado! no plantea una anulación o persecución de prácticas democráticas -como ocurre en golpes de estado y/o acciones de militarización-, sino un vacío conceptual de derechos y libertades hasta dejarlas sin peso real sobre la toma decisiones y prácticas del ejercicio del poder.
La desdemocratización es un vaciar la democracia, despojar de sentido sus valores característicos para sustituir su significado por otro. Tomeu Sales Gelabert nos brinda un marco metodológico para entender esta desdemocratización. Acude a los nombres de Wendy Brown y Laval y Dardot, especialistas del tema.
En las reflexiones de Brown, gracias a su extensa argumentación sobre la racionalidad neoliberal (https://www.gabrielzaldivar.org/post/desahucio-de-la-racionalidad-neoliberal) entendemos la muerte del homopoliticus asesinado por el homoeconómicus.
Explicado desde Brown, acudimos al resultado de un estado neoliberal que se ocupó de desdemocratizar la vida pública por la imposición del concepto mercancía como paradigma racional que incluye los valores democráticos: igualdad, libertad o soberanía.
El paradigma económico neoliberal fue desdemocratizador, siguiendo el andamiaje de Sales Gelabert, pues impuso una subjetividad neoliberal que convirtió a la persona en mercancía de sí misma, sumergida en la dinámica competitiva de generación de ganancias y acumulación de bienes. Dicha subjetividad es una que rechaza la pluralidad y desdemocratiza en tanto que el proyecto neoliberal es per se antidemocrático.
La discusión sigue estos derroteros y genera largas y profundas reflexiones dignas de seguimiento y no deben usarse con ligereza, menos aún por una académica y comentarista que exhibe su ignorancia conceptual.
Este caso, el de Dresser, tampoco es único y exhibe la falta de rigidez metodológica e investigativa de algunos académicos y académicas en algunas universidades y pone sobre la mesa los riesgos de escuchar a opinadores juiciosos antes que analíticos.
Las personas consumidoras de medios y opiniones deben revisar no solo las presumidas credenciales académicas y profesionales de algunos opinólogos para erradicar de su espectro a quienes lejos de aportar elementos de juicio buscan atraer simpatizantes para objetivos poco transparentes.
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