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@GabrielZaldivar

Claudia, Liliana y María


La situación de las mujeres domina la agenda nacional e internacional. La portada de la revista Time reconoció como persona del año 2017 a las mujeres que rompieron el silencio, esto es solo una muestra del tamaño del problema. Estamos frente a una emergencia mundial y nadie puede cerrar los ojos a esta realidad.

Medios de comunicación de todo el orbe registran casos cada día, recordamos los “mediáticos”, pero las organizaciones y personas involucradas en el trabajo por las mujeres poseen centenares de situaciones documentadas y compartidas por redes sociales y otros medios.

Es la violencia física más descarnada la que gana en visibilidad. Nos impresionamos cuando son asesinadas por taxistas, rescatadas de las manos de los empresarios de la trata, identificadas como objeto de redes de prostitución, desaparecidas por la fuerza y sin dejar rastro, acosadas por productores de Hollywood o exhibidas en un catálogo de ropa íntima de fama global o de televisora nacional.

Empero, esa violencia de género es más que la noticia de impacto pues está inyectada en todo el tejido social. Los ataques al género femenino ocurren también, de manera simbólica y física, en la familia, en las relaciones entre padres e hijas, hermanos y hermanas, entre los amantes, en el espacio escolar y cualquier otra esfera de la sociedad.

Las evidencias las posee esa amante sometida a prácticas sexuales sin su consentimiento, una esposa que vive la vida tóxica que le construye un marido misógino pasivo, las alumnas de una universidad privada de Monterrey acosadas por su profesor, esa amiga que en cada joya que presume guarda el secreto de una infidelidad de su marido o algún mal trato, la madre abnegada que esconde su desdicha entre fotos de felicidad.

Algunos datos de México muestran que los índices más elevados de esta violencia los sufren las mujeres por parte su pareja o familiares. Así, miles de ellas no aparecen en las noticias pero son víctimas solo por su condición de mujeres.

Las hay encerradas en sectas religiosas de fanáticos buscando el consuelo a su vacío y desdicha, otras prefieren la evasión en el club con las amigas para olvidar por un momento su vida desafortunada. La mayoría, en algunos sectores socioeconómicos, prefieren el juego de las apariencias. Pocas poseen las herramientas para empoderarse y transformar su circunstancia.

En México su condición es visible. Para darnos idea contemos su número en las cámaras de diputados o senadores, su presencia como presidentas municipales o gobernadoras; el número de ellas en las estructuras de decisión empresarial. La lista de mujeres científicas también es menor, como lo es el número de emprendedoras, rectoras de universidades, directoras de medios de comunicación, presidentas de organismos cúpula, líderes de sindicatos o partidos políticos.

Sabemos lo que mujeres valientes hacen por transformar y mejorar su condición, pero aún quedan más que no pueden hacerlo desde sus espacios de influencia. La revista Time hizo de las valientes una portada, ahí las queremos ver y no en las portadas de una revista policiaca asesinadas sin motivo.

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